Un acercamiento a la dimensión sociocultural del agua y la tierra

Un acercamiento a la dimensión sociocultural del agua y la tierra

En el marco de la conmemoración de un nuevo Día Mundial del Medioambiente, recogemos la reflexión del Padre Fernando Díaz svd, del Instituto de Estudios Teológicos de la Universidad Católica de Temuco, presentada en la Semana Social Nacional de 2007, realizada en Temuco.

 
Viernes 03 de Junio de 2011
Considerando el carácter del tema que se me ha solicitado, quisiera, al amparo de Ortega y Gasset, partir de las cosas más próximas, las que nos rodean, para alcanzar las más lejanas.

Ya hace algunos años que vivo en Quepe, a la orilla del río del mismo nombre, vecino a comunidades mapuche y fundos, grandes lecherías y pequeños predios agrícolas, casas a la orilla de la línea del tren y lujosas parcelas de agrado. Viajo todos los días a Temuco por la autopista, pasando cerca del Aeropuerto de Maquewe y llego a la universidad donde trabajo pasando por la Avenida Alemania. En ese trayecto me suelo cruzar con carretas tiradas por bueyes, ciclistas que van a su trabajo, algún tren de carga, veo aviones aterrizando; dependiendo de la época se ven autos de lujo tirando grandes lanchas o con esquíes en el techo. Así mismo veo señoras mapuche vestidas de chamal cruzando la autopista por encima de las barreras, esquivando autos y camiones. Se ven moteles exóticos con entradas sigilosas, no muy lejos se levanta, entre rucas, mediaguas y casas de subsidio, un imponente y nuevo seminario pontificio. A pocos metros del mismo, contrasta con sus tablas un pequeño templo Pentecostal. Entre vacas, cerdos y gallinas a la orilla del camino, se ven filas de camiones esperando su turno de cargar materiales en alguna fábrica pionera. A la ciudad se llega pagando peaje en la autopista.

Sin duda que el paisaje se ha vuelto más complejo. Tiempos, velocidades e intereses diferentes se agolpan en espacios reducidos. Algunos proclaman que las distancias se acortan, otros denuncian que las brechas aumentan.

Vivir en la Araucanía, nos expone continuamente a realidades de grandes contrastes, si no por sus diferencias de carácter sociocultural, al menos por las diferencias tecnológicas e ideológicas.

A modo de ejemplo, entre Quepe y Temuco, se pueden vivenciar situaciones tan diversas como es consultar una machi en su ruca, quién hará su diagnóstico mirando la orina del paciente al ritmo de su oración y de su kultrún, y luego consultar al cardiólogo de una clínica privada, después de haberse hecho el test de esfuerzo conectado a un computador.

Se puede pensar que se debe a que somos una región joven. Chile será pronto bicentenario y nosotros no hace mucho pasamos los cien. Pero no es solo eso. Nuestra Araucanía es profundamente heterogénea. Es claro que mapuche, colonos nacionales y extranjeros constituyen tres formidables vertientes socioculturales que se resisten a desaparecer. Son grupos humanos con intereses y visiones propias, que aunque confluyen en un mismo territorio, no se han homogeneizado ni social ni culturalmente. Son tres formas de ver la misma agua y la misma tierra que, lejos de fundirse en una visión única, parecen configurar, al ritmo de la pujante globalización, nuevas tensiones y desafíos a nivel local.

A los extremos de un mismo río, o de una misma sierra, para seguir con Ortega y Gasset, se obtienen diferentes perspectivas sobre lo que se afirma ser misma realidad. Así mismo en nuestra región, hay perspectivas en cada extremo de su compleja realidad.

¿Cuál es la visión verdadera?

Obviamente la pregunta no tiene sentido. Solo se entendería si uno de los observadores quisiera imponer una visión "única" de la realidad. Es decir, ya no se trataría de “visión†sino de deseo de imponer sus intereses particulares por sobre el de los otros, de una estrategia de “poderâ€. Pero si ambas visiones son verdaderas, ya que ambas muestran una parte de la realidad, eso significa que las dos son complementarias, y por lo mismo insustituibles.

Al referirnos a la dimensión socio cultural del agua y de la tierra, estamos hablando de las diferencias de abordar una misma realidad. Diferencias socioculturales que determinan perspectivas que no pocas veces en la reciente historia regional, han llegado a manifestarse en conflictos abiertos e incluso violentos. En esos conflictos, las visiones únicas han jugado y de hecho continúan jugando un papel decisivo entre los que tienen el poder de decidir sobre los que no lo tienen. Por ejemplo, tan simple y difícil a la vez como es el poder de decidir que hacer con el agua y con la tierra.

Las diferencias sociales y culturales, que están en la base de las distintas perspectivas, consisten en formas diversas de ver y entender la vida, la muerte, la enfermedad, la salud, la felicidad y el sufrimiento. Cada sociedad tiene codificada en su cultura una memoria de su experiencia particular de humanidad. Por eso mismo, cuando se pretende explicar a una sociedad con cultura diferente, a partir de intereses ajenos a ella, lo que se llega a decir es tan insuficiente como ofensivo. Por mucho que se expliquen las costumbres, se entreguen indicadores, se detecten carencias, etc., no es posible acceder sin más a los sentimientos íntimos ni a los deseos subjetivos por los cuales un pueblo se siente vivo, se siente triste o feliz. Existe una alteridad irreductible entre una cultura y otra, que invita a la relativización de la propia visión como ejercicio de humildad y tolerancia ante lo diferente.

La historia regional de ocupación y despojo del territorio libre del pueblo mapuche, ha dejado una lección por aprender. Comprender cuan penoso e injusto es sacrificar el presente de una sociedad por un futuro que nunca llega; cuan odioso es planificar y modificar arbitrariamente la vida social de los otros.

En nuestra región, las diferencias de perspectiva se entrelazan, se confunden y se vuelven a confrontar una y otra vez. Basta observar las tensiones por los proyectos de desarrollo, por las formas de gobierno local, por las obras públicas, por los modelos y programas de educación, por los programas de salud, etc.

En esa múltiple confluencia conflictiva de perspectivas, es evidente que el agua y la tierra, son dos realidades que no pueden ser tratadas como simples recursos naturales. Agua y tierra son para el mapuche, como gente originaria de este territorio, y para el colono, como gente que ha llegado a ocuparlo desde otras tierras, el lugar donde se enfrentan las perspectivas de modo emblemático.

Como en las visiones de lo extremos opuestos de Ortega y Gasset, se enfrentan perspectivas que pretenden formas de desarrollo diferentes. Lo que para uno es un avance para el otro puede ser un retroceso. Lo que para unos es un valor, para otros puede significar un atropello. Esto es grave si se plantean como perspectivas excluyentes la una de la otra.

El primer paso que se impone en los conflictos es el de una revisión de las visiones. Dicho de otro modo, una visión menos unilateral sobre la cultura del otro.

Considerar la dimensión sociocultural del agua y de la tierra es abrirse a la posibilidad de acoger visiones del desarrollo de modo complementario, entendiendo las diferencias como una potencialidad y no como un estorbo.

Existen tendencias peligrosas que plantean considerar la cultura del Otro culturalmente diferente, como un obstáculo para alcanzar determinados niveles de vida característicos de sociedades industrializadas. De hecho, hay autores que se refieren a las culturas latinoamericanas como “culturas tóxicas†puesto que “...limitan para quienes las siguen la habilidad para competir en un mundo moderno...â€

El malestar frente a los efectos de la imposición de una modernidad monocultural, no consiste en un simple rechazo de los conocimientos o tecnologías que se imponen, sino en una demanda por un reconocimiento e inclusión de los términos y valores provenientes de las reivindicaciones o recomendaciones de los propios afectados.

La apertura hacia una visión más sensible a las diferencias culturales, debe expresarse operativamente en el diseño de modelos de desarrollo que incluyan realmente los intereses reales de todos los afectados.

En este sentido Amartya Sen explica: “Si un modo de vida tradicional ha de ser sacrificado para escapar a una pobreza agobiante o una longevidad mínima (tal como muchas sociedades las han tenido por miles de años) entonces son las personas directamente involucradas las que deben tener la oportunidad de participar en la decisión de que es lo que debería elegirseâ€

La globalización como expansión del espíritu modernizador, es una autopista de doble vía, es decir, no solo tiende a homogeneizar los contenidos culturales locales según un modelo único determinado por el mercado, sino que también incentiva la recuperación de las identidades locales como formas de resistencia frente a la alienación que produce.

En nuestra región se observa que así como se promueve el aprendizaje del inglés como lengua para participar de la globalización, la lengua mapuche se vuelve cada vez más significativa en la recuperación de la identidad local. Estos dos aspectos no son necesariamente excluyentes, al contrario, pueden ser complementarios, pero requieren de un aprendizaje mutuo para alcanzar una visión más amplia que conduzca a un nuevo paradigma de desarrollo, que respete y desarrolle la capacidad de las personas de orientar su vida económica y social según sus propios valores culturales.

El acceso legítimo a otra cultura implica una disposición a reconocer y valorar las preocupaciones espirituales y religiosas desde las cuales las personas y sus grupos sociales interpretan y organizan sus vidas. Se trata de algo tan obvio como es entender que el desarrollo no se restringe al traspaso de tecnologías.

Las preocupaciones espirituales y religiosas remiten a la necesitad fundamental de sentido. Ninguna sociedad resiste vivir sin sentido o que sea otra sociedad la que pretenda imponerles un horizonte extraño al propio. Por esto en los conflictos, se suele desconocer el sentido que le dan los otros a la realidad en disputa.

En nuestra región, los conflictos por el agua o la tierra, han enfrentado y todo apunta a que seguirán enfrentando a mapuche y no mapuche por mucho tiempo más. El agua y la tierra son vistas desde perspectivas tan diversas, desde racionalidades y espiritualidades tan distantes, que urge un esfuerzo más serio por generar una comunicación intercultural sincera.

La comprensión de la tierra y el agua como recursos naturales, debe ser complementada con la espiritualidad de una cultura milenaria como es la mapuche, que la vincula al centro sagrado de su vida. Parece difícil para una cultura dominante que separa lo material de lo espiritual sin más. El agua y la tierra son objetos a los cuales se les da solo un sentido productivo. La razón no puede sucumbir así sin más a la reducción racionalista instrumental.

Se trata justamente de recuperar un enfoque más amplio, que reconozca la trascendencia, la interconexión, la libertad, inherentes a todos los seres humanos.

Las culturas tradicionales continúan apelando a la existencia de un centro sagrado en cada personal, y más aún en toda la realidad. El agua y la tierra en la perspectiva mapuche tiene una dimensión subjetiva trascendente, una fuerza espiritual que no permite separarla del espíritu del ser humano, sin caer en una forma de alienación. No se trata de meros recursos naturales. En esa visión, se reconoce una experiencia espiritual de la tierra y del agua. Luego, un desarrollo adecuado para esa cultura debería considerar la unidad de lo material con lo espiritual. Desafío nada fácil para una región como la nuestra, que busca competir poniendo sus recursos naturales al arbitrio de los mercados.

Cuando se nos propone en este evento, la búsqueda de un desarrollo más armónico, bajo la idea de una “casa comúnâ€, parece que estamos estimulando el anhelo de un horizonte utópico en el cual confluyan las diferentes visiones complementariamente. La tarea que como actores sociales de la región se nos impone, comienza por conocer, reconocer y apreciar sinceramente la perspectiva de los otros. Si hay un desarrollo armónico posible en al región, será con la inclusión de la visión y la participación efectiva de los otros.

Fuente: Comunicaciones Pastoral Social Caritas
Santiago, 03-06-2011